"El buen cocinero no necesita probar su comida para demostrar que está perfecta"
"Por mucho que retrocedas o me ignores, no cambiará el hecho de que conoces mi existencia"
miércoles, 28 de marzo de 2018
sábado, 10 de marzo de 2018
HISTORIAS CORTAS: La Alianza Mutante
Ha llovido mucho desde aquel día en que mi
familia y yo estuvimos a segundos de ser masacrados por los militares. Pero
gracias a la ayuda de los que ahora son mis dos mejores amigos, seguimos vivos.
Mi nombre es Baoz, aunque todos me
conocen como Volem, y mis compañeros de equipo son el Dr y la Dra Hyo y su
hija, Kaug. Los tres tienen, al igual que yo, habilidades especiales. Según me
contaron, las adquirieron tras un accidente en la fábrica hidroeléctrica en la
que trabajaban. No hablan mucho del tema.
Por otra parte, estoy yo. No he nacido
más diferente de lo que puede ser cualquier persona, pero no todo tiene una
explicación sencilla, y el hecho de que no entendamos ciertas cosas, no implica
que no sean posibles. Muchos han creído que soy lo que soy por un factor
hereditario, cuando en realidad, mi transformación fue debida a una alteración
sináptica que modificó todo mi sistema nervioso. No soy médico, y la
terminología o el funcionamiento exacto se escapan a mi entendimiento, pero é
leído que para que un organismo pueda sobrevivir a un determinado ambiente o
una circunstancia constante, su cerebro a menudo inicia un proceso de transmutación
y así adaptarse. El desarrollo tiende a originarse por causas emocionales y
suele ser gradual, en mi caso fue la ira y la tristeza, aunque el tiempo fue
casi instantáneo. Supongo que de no haber sido así, podía haber muerto. Me
imagino que el desear justicia a los demás seres vivos y sentir un cierto
vínculo hacia ellos, me hizo evolucionar a un estado mestizo entre hombre y
animal. Sé que todo esto no son más que conjeturas, pero con todo lo que ha
pasado y sigue pasándome, no lo veo tan descabellado. Todavía sigo
desarrollando habilidades extraordinarias, la última, hace una semana. Puedo
camuflarme a tal extremo que es prácticamente imposible que me vean, es genial.
Sin embargo, hay algo en mi cabeza que
desearía que desapareciera; la culpa y el arrepentimiento. Aún veo el rostro
horrorizado y los gritos del general precipitándose. Espero desarrollar la
pérdida de memoria de algunos peces en este recuerdo, porque me hace sentir muy
mal.
Me está llamando Kaug por el teléfono móvil.
—Dime.
— ¡Baoz! Te necesitamos. Atraco en el
Banco Dalmah. Te mando ubicación.
Con rapidez salgo de casa y me dirijo al
lugar del delito. Contemplo varios coches de patrulla enfrente del banco y a
los policías apuntando con sus armas en dirección a él. Veo a mis compañeros y
desciendo a hablar con ellos para conocer la gravedad del asunto.
—Hola. ¿Cómo es de peligroso la
situación? —Les pregunto.
—Es complicada —responde la Dra—. Dentro
están los seis atracadores armados con fusiles de asalto, granadas y provistos
de trajes antibalas con nanotubos de carbono.
— ¿Pero acaso son soldados descontentos
por la indeseable tesitura económica de la nación? —Comento jocoso.
— ¿Crees que eres gracioso? Calla y
escucha. Tenemos dentro un informante que se encontraba en su interior en el
momento de los hechos y que nos ha corroborado que los asaltantes lo han
encerrado junto a los demás rehenes en el despacho del director con un artefacto
explosivo activo.
— ¿Rehenes has dicho?
—Ahora no te parece tan divertido, ¿eh,
jodido? —Exterioriza Kaug.
—Dejaos de tonterías, chicos —dice
molesto el Dr—. Creo que no tenéis ni idea del peligro al que está expuesta esa
gente.
—Lo siento, papá.
— ¿Han pedido rescate? —Le pregunto.
—Sí, ochenta millones y un helicóptero
para irse.
— ¡¡Ochenta millones!! —Exclamo— ¿¡Pero
quienes están dentro, los hijos de Julio Iglesias!?
—Si no actuamos rápido la bomba explotará
—habla la Dra.
— ¿Cuánto tiempo queda para que explote?
—Pocos, Volem. Apenas doce minutos.
Segundos más tarde escucho el cortar el
viento de las hélices de un helicóptero. Se acerca y aterriza en el tejado del
banco. Unos minutos después somos testigos del despegue de la aeronave pilotada
por uno de los criminales y con el resto de sus compañeros en el interior.
— ¡Se escapan! ¿Qué hacemos? —Digo
intranquilo.
Justo en ese momento varias granadas se
ven caer del interior del helicóptero. Como toquen contacto con el suelo, todos
volaremos por los aires.
Al instante despliego las alas y echo a
volar en dirección a esos proyectiles. Con el ala izquierda los golpeo
enviándolos a una gran altura y estallando posteriormente. La onda expansiva no
llega abajo, pero si me alcanza a mí, mandándome con fuerza a la fachada del
banco. No me ha ocurrido nada grave, pero duele un poco.
Me incorporo y voy de nuevo hacia mis
compañeros.
—Bien hecho, Volem —me felicita Kaug.
—Te lo agradezco, ¡ah! —Pronuncio
quejándome al mismo tiempo—. ¿Y ahora qué hacemos?
—Cariño, tú y Kaug perseguid a esos hombres
—Ordena el Dr mirando a su pareja y a su hija—. Volem, tú y yo entraremos con
los agentes en el banco a rescatar a las personas.
Al llegar al despacho del director, no
solo vemos a los rehenes atados, sino que también contemplamos el artefacto al que
le falta menos de un minuto y medio para que estalle. Rápidamente, mientras
sacan a esas personas, los artificieros intentan desactivar la bomba, pero
cometen un error al descubrir que tiene los engranajes invertidos, y la cuenta
atrás se acelera.
—¡¡Todo el mundo fuera, largo!! —Grito.
El tiempo corre en nuestra contra, y solo
quedamos el Dr y yo. Con apenas diez segundos, empujo a mi compañero fuera del
lugar, y con el artefacto en mis manos, lo abrazo contra mi pecho y me enrosco
como una bola. Todo mi cuerpo es cubierto por una poderosa coraza, y al momento
la bomba explota. Parte de la energía no puede ser contenida y se libera,
destrozando el despacho. Sigo consciente e inexplicablemente vivo, pero me
siento muy débil, y creo que…
Me acabo de despertar en la camilla de un
hospital, no recuerdo mucho de lo sucedido, aunque si me siento físicamente
bien; con algunas quemaduras leves y un poco confuso.
— ¿Cómo estás, Baoz? —Escucho la voz de
Kaug.
La veo a ella más a sus padres.
—Bien, creo. ¿Habéis detenido a los
criminales?
—Sí, tranquilo —responde la Dra—. Ya
están encerrados, y por una buena temporada.
— ¿Y el dinero?
—Recuperado. Estaba todo en el
helicóptero dentro de dos maletines.
—Estupendo, me alegra oír eso.
— ¿Recuerdas alguna cosa antes o después
de que la bomba explotara? —Me pregunta el Dr.
—Lo último que recuerdo es rodear con mis
brazos el explosivo y envolverme en mi mismo. Luego algo semejante a una
armadura me revistió, viéndolo todo oscuro, al instante advertí un fogonazo y
ya no me acuerdo de nada más.
—Puede que hayas desarrollado otra
habilidad. —Teoriza Kaug— se sabe que algunas especies como los armadillos se
enroscan para protegerse de los depredadores.
Es posible que tenga razón, pero eso
ocurre cuando el peligro viene de fuera, no de dentro. Sujetaba la bomba pegada
a mi cuerpo, y aunque esté cubierto por un exoesqueleto, la capa es demasiado
fina para soportar tal potencia, me tenía que haber pulverizado al momento. No
entiendo nada.
Durante meses voy desarrollando nuevos
mecanismos de defensa. Puedo con todos ellos, ¿pero se detendrán en algún
momento?
Mientras estoy en el salón desayunando y
viendo la tele, una noticia de última hora corta la programación; más de quince
mil incendios se han originado de madrugada en todo el continente. Todos han
sido sincronizados al mismo tiempo. No hay duda alguna de que han sido
intencionados.
Salgo al exterior y oteo el horizonte, no
puedo creerlo. Veo humo por todas partes. El cielo está cubierto por un humazo
que apenas deja penetrar los rayos del sol, y el olor es inconfundible.
Vuelo hacia la casa de mis amigos, pero
ya están fuera observando el horror.
— ¿Lo estáis viendo? —Les pregunto— ¿Qué
hacemos?
—Pues lo que nos corresponde, —contesta
el Dr— proteger todo lo que podamos.
Los cuatro partimos hacia el incendio más
cercano, y con la energía hídrica del Dr, la Dra y Kaug, y yo con el aire
producido por mis aletazos, intentamos apagar el fuego.
Miles de bomberos con sus vehículos son
movilizados para combatir las llamas que azotan los bosques y ciudades de gran
parte del hemisferio. El calor asfixiante, el ambiente irrespirable y el
crepitar de la madera hacen de este entorno un autentico infierno.
Nos situamos estratégicamente para una
mejor efectividad. Rodeamos las llamas y utilizamos nuestras habilidades; los
doctores y su hija comienzan a despedir de sus manos una enorme cantidad de
agua mientras yo origino vientos tan fuertes y rápidos que en vez de avivar la
lumbre, la voy apagando. Estoy tan ocupado en terminar con todo este tormento
que apenas puedo pensar en todas las vidas que se están desvaneciendo. Pero
ahora nada me puede distraer. El fuego se extiende muy deprisa, y cuanto más
tardemos peores serán las consecuencias.
Trabajamos durante horas y horas para
sofocar las llamas cooperando con los bomberos y un gran número de civiles,
hasta vienen de otros países para echar una mano. Toda ayuda es poca.
Después de dos semanas sin apenas dormir,
al fin hemos extinguido el fuego, pero la gran desolación que se percibe en el
paisaje nos hace ver la gran pérdida que el mundo ha sufrido. Las víctimas
humanas a causa de las temperaturas, las quemaduras, el hollín y el humo en los
pulmones por la inhalación del mismo ascienden a más de cuatro millones, y el
número se cuadriplica en las demás especies. Nunca volveremos a recuperar todo
lo que ha desaparecido.
Ya hace diez años de la catástrofe, y los
efectos siguen permanentes. La buena noticia es que la actividad de recuperación
y restauración está dando sus resultados, pero el terreno es todavía muy árido.
A día de hoy aún no se han encontrado a los culpables de la desgracia, y por su
bien espero no verlos jamás, o sufrirán lo mismo que ellos hicieron sufrir al
mundo; lentamente y con saña.
En todo este tiempo han sucedido
demasiadas cosas; la Dra falleció hace cuatro años por una grave infección que
se le desarrolló en el pulmón izquierdo. El Dr no pudo soportar la pérdida de
su pareja y padeció una enfermedad mental que le obligó a permanecer en un
centro especializado. Kaug y yo todavía continuamos combatiendo el mal, pero se
nota la ausencia de los doctores, ellos eran nuestros mentores, aunque de vez
en cuando visitamos a su padre. Sin embargo, he notado algo extraño en mí. En
estos años no he envejecido nada, y ya no recuerdo la última vez que pillé un
resfriado.
526 años después…
Han pasado trescientos años desde
la desaparición del último asentamiento humano, o eso es lo que creo. Hace años
que no veo a nadie de mi especie. Pero no estoy solo, gracias a mi capacidad de
comunicarme con los animales. Soy parte de una jerarquía en la que he sido
aceptado como el alfa rey, sin descatalogar a los alfas que van detrás de mí ni
a los betas que van seguidos de ellos. Yo decido a que presas cazar, los alfas,
la estrategia a seguir, y los betas, fuertes y con gran comportamiento de
dominio, se encargan de defender al resto y suplir el lugar de algún miembro
alfa en el caso de que muera.
Todo el tiempo estoy ocupado; entre estar
con la manada, hablar con otras especies y proteger a los más vulnerables sin
alterar el equilibrio natural, me mantengo entretenido y bien acompañado.
Muchos de estos animalillos son muy sociables y la mar de divertidos, aunque
también hay algunos que si tienen la oportunidad de atacarme, lo hacen sin
pensarlo.
Descubrí años atrás que mi inmortalidad
es debida a otra de mis habilidades, en concreto, la transdiferenciación
celular, algo parecido a lo que posee la medusa Turritopsis Nutricula. Esto
hace que mis células cuando llegan a un punto de madurez, regresan a un estado
juvenil. Generalmente, cada siete años vuelvo a tener veintiocho. Puede que
algún día me acabe aburriendo de todo, pero entretanto, las aventuras que paso
con mis amigos me hacen la existencia más amena.
He pensado poner al límite mis poderes.
Es posible que un día de estos pruebe a salir al espacio exterior, ¿quién sabe?
Si todo sale bien podré viajar a otros planetas. Tiempo es todo lo que tengo.
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domingo, 4 de marzo de 2018
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