Se dice que los seres humanos son diferentes entre sí. Todos
piensan de distinta forma, actúan de diferentes maneras y cada uno tiene sus
propios ideales. Aun así, su estructura molecular nunca cambia, o casi nunca… Porque
cada cierto tiempo el ADN sufre una imperceptible mutación que afecta a uno
entre varios millones de niños nacidos, otorgándoles dones especiales.
Desde muy pequeño fui
un marginado social. Mi tendencia al aislamiento me sumía en la soledad más
veces de las que puedo recordar. En el colegio todos se metían conmigo, incluso
los que consideraba mis mejores amigos. Siempre intenté ser yo mismo, salvo en
algunas ocasiones en las que por contentar a los que me rodeaban, hacía
tonterías para agradarles y que así, me aceptasen en sus círculos sociales,
pero eso nunca sucedió. En el instituto, las cosas empezaron a cambiar un poco;
aparecieron algunos nuevos amigos, y la marginación parecía desaparecer.
Me invitaron a ir con
ellos para colarnos en el instituto. Emprendimos marcha hacia la aventura. Al
llegar, saltamos por encima del cercado y accedimos al recinto. Fuimos directos
a la entrada para desactivar la alarma, forzar la cerradura y entrar al
despacho del director para hackear la base de datos del ordenador. Copiamos
todos los archivos que pudimos; facturas, ingresos económicos… pero sobre todo
exámenes. Una vez habíamos terminado, decidimos irnos. Súbitamente, mis
compañeros me agarraron, me metieron dentro del baño y atrancaron la puerta por
fuera, oía sus risas mientras se alejaban, mofándose de mí. Tenía 13 años y no
sabía qué hacer. Yo grité y no pude hacer nada para evitar llorar. Sentí tal
impotencia que en un momento de ira, agarré el pomo de la puerta, tirando de
ella con tanta fuerza que la destrocé. Me quedé fascinado, y atemorizado, me
marché a casa.
En cuanto llegué, fui a
mi cuarto, cerré la puerta y me senté a pensar en mi cama. Cogí varios objetos
que eran imposibles de romper con las manos para una persona normal, como una
mancuerna que utilizaba para ejercitarme los brazos, la rompí a la mitad con
solo intentar doblarla. Después quise ir más allá utilizando la fuerza mental.
Tras muchos intentos, ocurrió. Había conseguido mover todos los objetos que
quería, me costaba controlar esa fuerza, pero finalmente aprendí a manejarla. Ese
día entendí lo diferente que era en realidad.
En mis momentos libres,
practicaba utilizando mis poderes. Aunque era divertido, seguía sintiéndome
solo. Pero dos años después conocí a los que serían mis mejores amigos. Ellos
sí que eran verdaderos amigos, raros, eso sí, pero nunca me traicionaron. A
menudo jugamos juntos a la consola, paseábamos por las cercanías del pueblo, o
teníamos innumerables temas de conversación. Casi todos los sábados quedábamos
para tomar algo en algún pub, no bebíamos mucho pero si lo suficiente para estar
contentillos. Mirábamos mucho a las chicas, pero nunca nos acercábamos a ellas,
supongo que sería porque no bebíamos lo suficiente, y todos los fines de semana
eran así, o muy parecidos.
Uno de esos findes, dos
chicas se acercaron a mis amigos para bailar con ellos, dejándome solo en la
barra de la discoteca. No me importó, es más, no podía aguantar las ganas de
reír cuando vi que la chica con la que bailaba uno de ellos lo besó, y acto
seguido, se separó de él para besar a otro tío, la pobre chica estaba bastante
borracha. Nunca olvidaré la cara de mi amigo.
Una noche, en las fiestas
de una pequeña ciudad; había muchísima gente disfrutando de los puestos de
ocio, las atracciones y las orquestas. Mis amigos y yo estábamos en la zona de los pubs, al igual que la mayoría de
los jóvenes. Nos encontrábamos en la calle, cuando una luz procedente del cielo
y un estruendo ensordecedor, nos obligó a mirar. Un meteorito que,
evidentemente, no se había desintegrado al entrar en contacto con la atmósfera.
El peligro era real, y se acercaba a nosotros. Todo el mundo se quedó
paralizado, mientras contemplaban estupefactos, el trágico destino que les
esperaba.
Tenía dos opciones;
dejar que colisionara, matando a toda la gente en un radio de, varios
quilómetros, o detenerlo y que todos descubrieran mis poderes. Y aunque no sabía
si funcionaría, finalmente decidí actuar.
Me situé centrado al
objeto, alcé la mirada hacia él y levanté la mano derecha. Cuando estuvo a la
distancia adecuada, la fuerza emitida por mi mente y transportada a la mano,
hizo que el meteorito se detuviera en seco, como si de una pared invisible se
tratase. La potencia del impacto creó y
liberó una leve pero notable onda expansiva, que se propagó por toda la zona.
El meteorito seguía detenido a pocos metros de mí mano, y antes de devolverlo
al Espacio, pronuncié:
“Podría haber dejado que impactaras, porque el
universo es el único que tiene el poder de decidir, pero no puedo hacerlo. Sigo
pensando que aún podemos cambiar. Lo siento mucho, hoy no será nuestro fin”.
Justo después concentré
una gran energía, enviándola a mi mano, ésta a su vez, la dirigió al objeto e
hizo que de nuevo regresase al lugar del que procedía, y observé aliviado, como
poco a poco se alejaba… Todo quedó en silencio, miré a mí alrededor y los vi.
Tantos ojos dirigidos a mí, tantas miradas hacia donde me encontraba. Desde ese
momento, comprendí que ya nada volvería a ser igual.