Se despertó sobresaltado al sentir las
turbulencias, y al abrir los ojos, contempló el tintineo de las luces del
techo. No hacía más que moverse todo de arriba abajo con crueles sacudidas.
Echó un vistazo a su alrededor, viendo a hombres, mujeres y niños como el
pánico se reflejaba en sus rostros, sollozando y alzando sus plegarias, siendo
en vano. Se agarró a los pasamanos deseando que aquello todo acabara, pero iba
a peor. Detuvo su mirada a la izquierda, observando por la reducida ventanilla,
chispas de un dañado motor en la oscura, fría y pluviosa noche, (tal vez fueran
las dos de la madrugada, no lo sé). Le estaba costando respirar, como si algo
obstruyera sus pulmones. No obstante, en un breve tiempo, la máscara de oxigeno
descendió de un pequeño compartimento situado encima de su cabeza. Se
preguntaba de que iba a servir, presentía su muerte muy cerca. Y se convenció
al escuchar; “prepárense para la colisión”. Pocos segundos después, sintió un
imponente impacto, y al instante perdió el conocimiento. Minutos más tarde, abrió
los ojos con dilación mientras trataba de organizar el fragor del fuego
calcinando todo a su paso y los alaridos de las victimas heridas. Gritos de angustia
por las llamas que caldeaban cada vez más el deformado habitáculo de metal,
pero como pudo, salió de allí.
Vio varios supervivientes alejándose por
el miedo a una posible explosión del lugar del accidente, la desorientación les
hizo separarse unos de otros, y a medida que avanzaban, la penumbra de la noche
tomaba protagonismo. No oía más nada que sus andares por la hierba seca, no
veía más nada que la luminosidad de la luna cuando se dejaba ver entre las
nubes. Herido y aturdido, luchaba intentado no desplomarse durante los metros
recorridos. Cuando el silencio no podía ser más, empezó a escuchar leves
rugidos que se multiplicaban y aumentaban en fracciones de segundos. Volvió a
escuchar aunque más a lo lejos y acompañado del eco que recorría las llanuras
salvajes, los gritos de los que habían sobrevivido, esta vez era peor. Eran
gritos agonizantes, escalofriantes, gritos de desesperación, de pesadillas. Entonces,
ese sonido cesó, oyendo uno nuevo y más espeluznante, el crujir de unos huesos.
Quiso correr, y lo consiguió durante medio segundo, por desgracia, algo se
abalanzó sobre él, rompiendo algo en su interior. Paralizado y consciente,
sentía su propio zarandeo y desmembramiento, hasta que una presión ejercida en
su cráneo por unas fauces repletas de afilados colmillos, y por consiguiente el
crujir del mismo, no le dio tiempo ni a percatarse de su fin.
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