El día que comprendí
lo que era, decidí cambiar el mundo.
Eran las dos de un
domingo por la tarde en un pueblo a más de cinco quilómetros de la ciudad más
próxima y ochenta quilómetros de la playa más cercana. Había invitado a mis
padres y a mi hermana a comer a mi casa. Tenía todo preparado en la mesa del
salón; dos tortillas de patatas, macarrones con salsa de tomate picante,
hamburguesas de avena, pan y una botella de vino tinto del año 1988.
Pocos minutos
después de poner el último plato, escuché como un coche aminoraba la velocidad
mientras se acercaba. Miré por la ventana y vi el coche de mis padres más el de
mi hermana detenerse en frente de casa. Salí aprisa para abrirles el portal y
que accedieran a la propiedad.
—Hola madre,
padre —les saludo en cuanto bajan del coche.
—Hola hijo
—continúa hablando mi madre— ¿Ya hiciste la comida o te tenemos que ayudar en
algo?
—Está todo
hecho, solo tenéis que sentaros y comer.
— ¿Y estará
buena la comida? —Dudó mi padre con intención de meterse conmigo.
—No te preocupes
por eso, que si no te gusta tengo pienso de los perros en el garaje.
Mi madre se rió.
A los pocos segundos mi hermana sale del interior de su coche y también me
saluda.
—Hola Baoz.
Espero que tengas la estufa de leña encendida. Hace un frio que pela.
—Lanerty,
estamos a mediados de otoño, tampoco hace tanto frio. Pero sí, está encendida.
—Respondo aborrecido reflejándolo en mi rostro.
Los cuatro
entramos en casa y fuimos directos a la mesa. Nos sentamos en las sillas y
comenzamos a comer.
Siempre que hago
algo para que los demás degusten, tengo esa pequeña inquietud de no saber si
les gustará, y aún cuando me dicen que todo está bien, sigo con esa duda en mi
cabeza. No quiero que se me malinterprete, siempre he estado seguro de mi mismo
por el hecho de que a mí me gusta todo lo que hago, puedo decir que de hambre
no muero, pero cada persona tiene gustos diferentes. Por suerte las dos
tortillas se han comido, y solo quedó un poco de pasta que me puede servir de
cena.
Luego de
terminar, salimos al exterior para disfrutar del buen tiempo, aunque sí que
empezaba a refrescar, pero era soportable. Hubo un momento en el que vi un
movimiento raro en el borde de unas piedras que rodeaban mi pequeño jardín, en
frente de casa. Al acercarme, observé a una araña bastante grandecita con un
pequeño saco de seda de color blanco en sus patas delanteras; la ooteca
arácnida. Me puse de cuclillas, viendo como un adorable bichito protegía y
llevaba a saber a donde, a sus futuras crías. Era precioso.
Poco después
percibí como una presencia pasaba por detrás de mí, y al instante, un grito
ensordecedor acompañó a un violento gesto proveniente de una extremidad
inferior que le arrebató la vida al arácnido. Cuando alcé la mirada y contemplé
lo que mi hermana había hecho, una angustiosa sensación recorrió mi pecho, quedándose
ahí.
— ¿Qué hiciste?
—Le pregunté de manera retórica sin apartar la vista de las entrañas del pobre
espécimen.
—Baoz, solo es
una asquerosa araña —Argumentó de forma injusta Lanerty.
Estaba furioso,
no sabía ni cómo reaccionar. La ira iba a peor; me costaba respirar, y notaba
como mi rostro ardía, como si mi sangre hirviese. Entonces comencé a sentir una
molestia que transcurría por mi cabeza sin dejarme controlarlo. Estaba asustado,
y retrocedí lo que pude unos pasos, pero me tiré a suelo retorciéndome de
dolor. Mi familia no podía creerse lo que me estaba sucediendo, no entendían
nada e intentaron tranquilizarme, siendo inútil. Quise incorporarme, mas solo
conseguí ponerme de rodillas apoyando las palmas de las manos en el suelo. Ahí
fue cuando el dolor se deslizó hasta mi espalda haciéndome sentir el mayor
dolor que he sufrido en toda mi vida, era insoportable.
Algo comenzó a
surgir de ella, y como el sufrimiento era cada vez mayor, me despojé de mi
chaqueta y mi camiseta, quedando desnudo de cintura para arriba. Mi familia soltó
un grito de terror al ver lo que había brotado de mi espalda. De ella, se desplegó
un par de alas que no se parecía en nada a alguna vista antes, su apariencia
era, y sigue siendo semejante al de un pterigoto pero al mismo tiempo al de un
ave; robustas, ligeras y flexibles.
El dolor había
remitido, no obstante, esa situación era muy incómoda para mí, y deseé irme de
allí. De alguna forma, mi cuerpo reconoció ese deseo, y sin pensarlo, levanté
el vuelo, yéndome del lugar. Me dirigí hasta debajo de un puente por donde pasa
el tren, cruzando el bosque. Mis alas se plegaron en cuanto pisé el suelo, y
allí yo solo, pensé en todo lo que estaba ocurriendo.
El cansancio se
apoderaba de mí sin poder evitarlo, y sin darme cuenta, me dormí. Cuando me
desperté, no veía nada, solo total oscuridad. Extendí las manos, acariciando
una textura muy agradable y blanda, en la cual con un poco más de fuerza pude
hacerle un agujero y de él entró la luz del día. Agrandé la abertura para salir
y descubrir que era eso. Por algún motivo y en algún momento de la noche, un
capullo de seda se originó a mí alrededor, protegiéndome del frio y del rocío
húmedo sobre la cubierta vegetal del suelo. Ahora, cada cosa que voy
descubriendo me va asombrando más aún.
Siento mi cuerpo
diferente, y al contemplar mis manos y el resto del torso desnudo, no soy capaz
de creerme lo que veo; poseo un desarrollo muscular cubierto por un transparente,
fino y consistente exoesqueleto fuera del alcance de cualquier ser humano. Mis
sentidos gozan de una sensibilidad nunca antes percibida; logro escuchar como
la hierba va creciendo lentamente. Experimento en cada poro de mi piel las vibraciones
del entorno que me rodea. Puedo oler débilmente hasta la salinidad del océano,
y con un poco de esfuerzo, mi vista capta cada pelo del plumaje de un majestuoso
trepador azul que veo sobrevolar entre las nubes. Con el paso del día descubro
más cosas; puedo crear pequeños torbellinos con las alas, formar explosiones sónicas,
comunicarme con animales e insectos y por lo que he visto, producir un revestimiento
para resguardarme de la climatología, pero no sé cómo funciona.
Estoy bastante
desconcertado y asustado. No tengo ni idea del porqué de todo esto, pero me
gusta. Al anochecer y después de haber controlado y practicado con estas nuevas
y desarrolladas habilidades, me voy a casa. Al llegar, cojo mi teléfono y trato
de comunicarme con mi familia, pero nadie contesta. Ceno los macarrones que
habían sobrado de la comida, después me lavo los dientes y me acuesto.
Por la mañana
temprano escucho un estruendo aterrador fuera de casa. Me visto rápido y me
dirijo a la puerta de salida. En cuanto la abro, recibo un disparo con un
tranquilizante en el pecho, pero al impactar en mí se rompe la aguja y rebota. Diviso
en frente varios vehículos militares y más de treinta miembros del ejército apuntándome
con sus armas.
—¡¡Disparen!!
—Escucho la orden del general a sus soldados.
En ese preciso
instante cierro la puerta para protegerme y una inmensa ráfaga de proyectiles comienza
a destrozarme la casa conmigo en su interior y buscando eliminarme. Tengo pocos
segundos para huir o quedaré sepultado entre los escombros. Decido salir por la
ventana de mi cuarto, que se encuentra en la parte de atrás. Me lanzo hacia
ella rompiendo el cristal y abro las alas ejecutando el vuelo. Me elevo a una cierta
altura observando luego al cuerpo militar para combatir la injusticia que estoy
viviendo. Cuando me ven, apuntan de nuevo hacia mí, pero antes de darles la
oportunidad de abrir fuego, aleteo con fuerza con destino a ellos con tanta
energía que sus armas son arrebatadas de sus manos, los vehículos revolcados y
los sujetos arrastrados por el suelo. Me dirijo directo al general, lo agarro
por el pecho y me elevo con él hasta superar las nubes.
—O me dices que
es lo que queréis de mí o te suelto aquí mismo. —Amenazo frente a su rostro
aterrorizado.
—Tranquilízate
un poco chico, pero eres una amenaza.
— ¿Cómo que una
amenaza? Sois vosotros los que casi me dejan como un filtro de agua. Dejad de
creer que os corresponden todas las decisiones humanitarias y preguntad antes
de disparar. Hoy ha quedado claro que
soy mejor que vosotros. Asique dejadme en paz.
—Tenemos a tu
familia. Entrégate y los liberaremos.
Me mantengo unos segundos en silencio.
— ¿Crees que es
buena idea amenazarme estando a cuatro mil metros de altura?
—Si no regreso a
la base se ejecutará la orden de experimentar con tu familia para revelar el
secreto de tú ADN. Luego los eliminaran. Tú decides.
El general
desconoce el origen de mis capacidades. Cree que tiene relación con factores
hereditarios, y no sabe lo equivocado que está. Si me entrego, nada me
asegurará que mi familia y yo estemos a salvo.
Antes de tomar
una decisión intento localizar el paradero de mis padres y mi hermana. Disminuyo
mi respiración para poder escucharlos, y los oigo. Ya sé dónde encontrarlos.
Estoy demasiado encolerizado.
Quien promueva las injusticias, debe enfrentarse a las consecuencias, sea quien
sea. Con sangre fría, miro al general a los ojos, y lo dejo caer.
Mientras oigo
como grita y su voz se va ahogando con rapidez, parto al lugar en el que
encontraré a mi familia.
He hallado la
base en un apartado y frondoso bosque a las afueras del país. En cuanto me
acerco, un impulso electromagnético impacta en mí, perdiendo las fuerzas y precipitándome
al suelo. Trato de levantarme para no ser capturado por una horda armada y
lista para defenderse, y con todas las fuerzas que consigo sacar, lucho contra
ellos. Origino un nuevo y monstruoso torbellino que cumple a la perfección su propósito.
Luego emito un estallido sónico que por la alta frecuencia hago que pierdan el
conocimiento.
Entro en la base
y consigo rescatar a mi familia, pero al salir, diviso en el cielo más de
quince cazas rodeándonos.
Me rindo, esto
es el fin.
Cuando pienso
que ya no puedo hacer nada y espero la fatalidad, dos individuos propulsados
por energía hídrica que emana de sus manos, aparecen y utilizan esa misma
destreza para derribar a las aeronaves.
No hay comentarios:
Publicar un comentario